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The Reign of King Edward the Third, 1596

Dramas históricos

Trata del reinado del monarca inglés medieval Eduardo III, que se desarrolló en el siglo XIV (1327-1377). Durante este período histórico comenzó la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia (1337-1453), que se prolongó mientras reinaban en Inglaterra tanto Eduardo III como Ricardo II, Enrique IV, Enrique V y Enrique VI.

Eduardo III fue el séptimo de los ocho reyes de Inglaterra pertenecientes a la Casa de Plantagenet (1154-1399), de la cual se derivaron la de Lancaster y la de York, contendientes en la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485). Sucesor de su padre, Eduardo II, que protagoniza una obra de teatro escrita por Christopher Marlowe.

Fue publicada en su día sin firma de autor. No obstante, hay suficientes indicios para atribuirla a Shakespeare, seguramente en colaboración con Thomas Kyd. Las representaciones de Eduardo III cesaron poco después de su estreno, debido probablemente a la visión negativa que presenta del pueblo escocés, cuna del que pronto sería rey de Inglaterra Jacobo I (1603-1625).

Las fuentes históricas son las habituales, añadiendo El Palacio del Placer (1566), de William Painter como referente para el episodio de la Condesa. Esa recopilación de relatos amorosos incluye también fuentes usadas por Shakespeare para construir sus Romeo y Julieta, Timón de Atenas y A buen fin no hay mal principio.

El tema principal es la utilización del poder, en el marco de la dicotomía entre la guerra y el amor. Pone de manifiesto las relaciones entre sexualidad y autoridad, personificándolas en la pasión del monarca por la Condesa de Salisbury. Temas que Shakespeare también trata en su poema La violación de Lucrecia. Así pues, el amor acompañado del poder; y el deber simbolizado por la batalla contra Francia, se suceden en el argumento sustituyendo la atracción amorosa con la responsabilidad política, que resulta victoriosa (y muy poco del gusto del lector crítico).

Este monarca fundó la Orden de la Jarretera, intentando recoger el espíritu caballeresco de la Tabla Redonda del Rey Arturo. Una jarretera es una liga, es decir, la sujeción de la media. Según la leyenda, el rey recogió del suelo la liga caída de su amante (la Condesa de Salisbury) ante las chanzas de los cortesanos. Entonces pronunció las palabras que se han convertido en lema de la Orden: «Honi soit qui mal y pense» («Sobrevenga la deshonra al que mal piensa»). Así pues, la principal divisa de los miembros es hacer el bien, so pena de caer en la deshonra (exclusión) si fallan a la norma. Shakespeare no hace ninguna referencia directa a la Orden de la Jarretera en su texto, pero esta concepción caballeresca del honor (y el amor) sobrevuela toda la trama.

Eduardo III se encuentra reunido con su primogénito Ned (Eduardo, llamado el Príncipe Negro) y otros nobles, entre ellos Artois, de origen francés pero aliado del rey de Inglaterra; y Warwick, padre de la Condesa de Salisbury. A la luz de los datos que aporta Artois, el rey declara que va a conseguir el trono de Francia, que le pertenece por su linaje. Llegan noticias de Francia: el rey Juan II insta a Eduardo III a viajar hasta allí como vasallo. Eduardo decide enviar sus tropas, comandadas por su hijo. Por otro lado, el rey David II de Escocia ha abierto un frente de batalla contra Inglaterra, sitiando el castillo de Roxborough, donde se encuentra la Condesa. Eduardo III decide ir hasta allí. Este castillo, hoy desaparecido, se encontraba en la frontera entre Escocia e Inglaterra. Se suele denominar Roxburgh, en castellano Roxburgo.

Cuando David y sus bárbaras huestes están a punto de atrapar a la Condesa, llega el rey Eduardo y los escoceses huyen. Nada más ver el rey a la Condesa (cuyo marido está batallando), se queda prendado de ella y decide marchar pronto para no caer rendido. Pero ella le convence con su belleza y sus sabias palabras para que se quede a dormir, agradecida por haberla salvado. Durante el encuentro y en escenas posteriores, se hace presente la metáfora entre el amor y la guerra.

El rey ordena a un secretario que escriba un poema de amor para ensalzar los encantos de la mujer que ama. Pero lo que escribe no contenta al soberano, puesto que no alcanza la altura de su amor. Magnífica escena con bellísimas frases, fina ironía y erudita resolución.

Llega la Condesa, el rey la requiere de amores y ella le rechaza arguyendo la condición de casados de ambos, marchándose. Después el rey hace jurar a Warwick que convencerá a su hija para que deponga su actitud y sea su «amor secreto». Éste, consternado, obedece las instrucciones reales, pero la Condesa le contesta que prefiere morir antes que «consentir participar en su maligna lujuria» (la del rey). El padre respira aliviado.

Ni las noticias del apoyo de Alemania contra Francia, ni la llegada del Príncipe con tropas reclutadas, hacen apartar al rey de su cabeza el deseo por la Condesa. Se vuelve a reunir con ella, y ésta le dice que la condición para entregarse es la muerte de su marido y la de la reina. Ello es sólo una metáfora de su negativa, puesto que sitúa a la reina en el corazón del rey y a su marido en su propio corazón, amenazando con suicidarse antes que ser mancillada. El rey retira sus pretensiones arrepentido, y envía a su hijo y a los nobles a luchar en los distintos frentes. El personaje de la Condesa y la trama subsiguiente desaparecen con el final de este Acto II y sólo hay una referencia posterior a la lujuria de Eduardo: por parte del rey Juan de Francia, en el Acto siguiente.

Tras una batalla naval que pierde Francia, la tropa inglesa desembarca en Normandía. Posteriormente, se produce un encuentro entre los dos monarcas en el que Juan de Francia ofrece tesoros a Eduardo de Inglaterra para que se vaya. Eduardo rechaza la oferta y los ejércitos entran en combate.

Llanuras de Crécy (hoy bosque natural en el departamento de Somme, al norte de Francia). 26 de agosto de 1346. Se celebra la batalla, que los historiadores consideran el fin de la edad de la caballería. Paradójicamente, asistimos en la obra a la ordenación como Caballero del Príncipe Negro, hijo del rey Eduardo, tras participar en su primera batalla: el rey es avisado de que su hijo ha sido rodeado por las tropas enemigas, pero prohíbe hasta tres veces enviarle ayuda, arguyendo que si se salva por sí solo demostrará su valía. Y así sucede. El Príncipe llega exhausto con la cabeza del rey de Bohemia (aliado de Francia). La batalla se gana.

Una nueva pirueta respecto a la personalidad de Eduardo se produce cuando, a las afueras de Calais (ciudad portuaria francesa en el Canal de La Mancha), comparecen ante él seis franceses harapientos y moribundos. En vez de matarlos, les perdona y les da de comer. Pero cuando los habitantes de Calais anuncian que se rinden con la condición de que se respeten sus bienes, el rey ordena que se presenten ante él los seis más ricos de la ciudad, en camiseta y con una soga al cuello.

Mensajeros de las tropas enemigas francesas hacen llegar al Príncipe Negro tres afrentas que rechaza con donaire: la primera, que él y cien nobles se arrodillen ante el rey de Francia so pena de entrar en batalla; la segunda, una jaca española que le sirva para huir; la tercera una biblia que le sirva para rezar antes de morir. El episodio se cierra con reflexiones acerca de la muerte, que proporciona el anciano Audley, de la corte inglesa.

Poitiers (Francia central, departamento de Vienne). Nueva batalla. Una profecía avisaba a los franceses de que si les asustaban las aves y las piedras rompían filas, perderían. Efectivamente, unos cuervos que les sobrevuelan les dan pánico y los ingleses sustituyen sus flechas por piedras. El Príncipe Negro gana la batalla, aunque su amigo y consejero Audley es herido.

Volvemos a Calais. El rey, acompañado ahora de la reina, recibe a los seis ricos que pidió. Por mediación de la reina, son perdonados y la ciudad se rinde sin ser asolada. Luego aparece Copland, un noble que ha apresado al rey David de Escocia y lo lleva ante el rey. Y por fin, después de una falsa noticia de su muerte, se presenta el Príncipe Negro con su prisionero, el rey Juan II de Francia. Acaba la obra.

Se trata de un texto muy rico, que contiene dos partes claramente diferenciadas: la referente a la pasión del rey por la Condesa y la que nos relata las guerras contra Francia, cobrando especial protagonismo el Príncipe Negro (apelativo dado históricamente a este personaje debido al color de su armadura). Como bien apunta el traductor al castellano de la obra, Antonio Ballesteros, «ya es hora de que vuelva a ser leída», tras tantos años oculta por las dudas sobre su autoría. De hecho, esa magnífica traducción de 2005 ha sido la primera al castellano, después de 400 años. Mònica Maffía, actriz y directora de teatro además de traductora, ha publicado en 2010 una edición en Argentina.

No hay ninguna traslación cinematográfica de esta obra, debido a su todavía reciente inclusión en el canon shakesperiano. Más aún, la presencia de este monarca -uno de los más afamados de la Edad media inglesa- en la Historia del Cine, es casi inexistente.

Algunas de las sentencias que contiene la obra:

El amor no puede sonar bien excepto en boca del amante.

Las lilas podridas huelen peor que la mala hierba.

El robo más mezquino es aquél que ni siquiera tiene la excusa de la pobreza.

Con el miedo no hacemos sino impulsar el objeto de nuestro temor, de manera que nos atrapa antes.

Referencias externas

Referencias externas

Ficha de la obra, en la Wikipedia:

http://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_III_(obra)